ALFONSÍN ES PAZ
CON JUSTICIA Y LIBERTAD
Así expresaban los pasacalles que en 1983 acompañaron la peregrinación a Luján. Por primera vez en muchos años, esa caminata llevaba una canción de esperanza porque se veía que una nueva Argentina iba naciendo.
Lejos de las confrontaciones inútiles, el odio o el terror, el discurso de Raúl Alfonsín era la expresión más clara de lo que el pueblo estaba pidiendo.
Poner fin a la violencia como forma de expresión, retomar un camino de unión nacional y poner los derechos humanos en el centro de la agenda pública.
Cada discurso recitando el Preámbulo de la Constitución nos enervaba la piel y nos hacía sentir en la sangre que teníamos un lugar en este nuevo tiempo.
Ya nadie decidiría por nosotros. Estábamos recuperando la libertad y este gran líder de la democracia estaba alumbrando como nadie este nuevo camino.
No fue casual que el propio Alfonsín eligiera, al ser electo Presidente de los argentinos, que su asunción se celebrara el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos.
Entonces selló para siempre la democracia como garantía de las libertades y derechos fundamentales de todas las personas.
Hace 35 años.
Claro que la democracia tiene deudas, pero sin duda es el único sistema que asegura que podamos darnos los gobiernos que queremos, aprobar o reprobar, elegir y reelegir o cambiar cuando nos parezca necesario.
Tenemos un estado de derecho en plenitud. Pero aquel sueño alcanzado de la libertad hoy debe honrarse en una lucha común y eficaz de todos los argentinos, por la igualdad y la dignidad.
Alfonsín puso a la Argentina a la cabeza del mundo cuando derogó la ley de auto amnistía de los militares de la dictadura y cuando ordenó enjuiciar a las cúpulas responsables de los crímenes más atroces.
Decisiones tomadas con autoridad sin resentimientos, en búsqueda de verdad y justicia, castigando a los culpables.
Hoy visité el Banco de Datos Genéticos, creado en 1987 y que ha tenido en estos años y aún tiene, una destacada labor para encontrar la filiación de niños apropiados durante el terrorismo de estado.
A partir de entonces nuestro país reconoce tal vez la única política de estado con la que hayamos podido dignificar la democracia: la política de derechos humanos, la lucha contra impunidad de los crímenes más graves, la vigencia de una justicia penal universal para la persecución y sanción de esos delitos y la consolidación de un nuevo paradigma que sostiene los derechos de las víctimas y la vigencia irrestricta de los derechos humanos.
Hace apenas unos días Jairo nos emocionaba en medio de una charla, reiterando aquella canción que interpretó en el Obelisco en el cierre de la campaña de 1983, Venceremos: "Quiero que mi país sea feliz, con amor y libertad".
Que ese anhelo y ese sentimiento junto a la palabra Patria, no nos abandone nunca y nos siga inspirando y movilizando como hace 35 años.
Que la política vuelva a encontrar el camino para que las acciones no se piensen como parte de aspiraciones o proyectos personales, como instrumentos para el empoderamiento o el enriquecimiento personal, sino que efectivamente sea la herramienta para alcanzar la felicidad del pueblo a través de un proyecto colectivo y un destino común.
No es posible encontrar otro liderazgo como aquel, pero justamente ahí radica el principal desafío de este tiempo: sumar a cada cual como parte de un todo, para tirar en conjunto de la misma cuerda, con nuestras diversidades y disensos, porque también eso es la democracia.
Pero con un proyecto común de país en el que todas las personas puedan alcanzar los mismos niveles de dignidad y realización.
A 35 años de recuperación democrática, ya no hay razones para perder el tiempo.
Margarita Stolbizer
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